28.1.05

El Grito

(Érase que se era...)

Érase una vez un japonés, con nombre de mascota casera, Shimizu, que un buen día hizo una película de éxito y culto en su tierra. Era una de fantasmas, de esos espectros que no tienen puta manera de conciliar el sueño y que, para calmar su insomnio, tocan los huevos a todos aquellos que frecuentan los lugares que habitaron en vida. A la película la bautizó como The Grudge (La Maldición) y como la aceptaron muy bien y le dio dinerito para poderse comprar manjares suculentos y ropa modernilla, se dijo para sí mismo, como para sus adentros, "voy a hacer una película calcada pero en formato televisivo, filmada en vídeo".

Lo dijo y así lo hizo. Y como algunos incautos siguieron picando, el Shimizu se animó mucho, mucho, mucho. Y unos años después, muy poquitos, al ver que sus dineritos ya no le daban para muchos manjares, tuvo otra brillante idea y, sin atreverse a volver a filmar la misma película, hizo una secuela que, en realidad, era más de lo mismo. Y todos tan contentos. Y a volver a agrandar las arcas.

Unos años después, cuando estaba tembloroso ante la posibilidad de que el pueblo de ojos rasgados descubriera que se trataba de un farsante, oyó la voz del Dios Raimi: "¿Quieres volver a hacer la misma película, pero ahora protagonizada por la Buffy Cazafantasmas y con dinerito americano?". El Shimizu, que era cortito de ideas pero más espabilado que un buitre, aceptó la propuesta. "¿Tengo que viajar hasta Norteamerica para filmarla, Raimi-san?". "Sería lo lógico", le contestó el Dios. "Pero es que me da mucha pereza coger el avión, señor", contestó con voz trémula el oriental con nombre de mascota casera. Y añadió "¿podrían venir ustedes a mi casa y hacerla aquí?, así podría ir al rodaje con mi kimono y aprovecharíamos los decorados de mis películas anteriores". Y Raimi-san se dejó convencer.

Total, que entre los dos, montaron la película (la misma de siempre), le pusieron de nombre El Grito y engañaron al resto del mundo con una fantochada de terror más. Raimi y Shimizu se besaron en la frente, dieron saltitos de alegría para demostrar su felicidad y se alejaron, cogiditos de la mano, en dirección al horizonte. Los muy cabrones iban en busca de perdices para comér.

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