12.1.05

Collateral

Hay un cierto número de directores que combinan, con insospechada alegría y desparpajo, obras de intachable interés con productos que, en términos técnicos, podrían definirse como un auténtico coñazo. Michael Mann es uno de ellos. Este tipo, autor de películas tan encomiables como Ladrón o Heat, puede aburrir hasta la gallinas con biópics al estilo Ali o hacer películas de tres horas (aunque parezcan de seis) sobre los trapicheos en grandes tabacaleras. Así me enfrenté a su última producción, Collateral, con la incertidumbre de a cual de los dos grupos iba a pertenecer la película. Tardé poco en descubrir que, afortunadamente, era al primero.
Collateral es una de esas películas de acción que no se mide por el número de explosiones, sino que la acción sirve para poner de relieve la profundidad de sus principales personajes. Pero ahí Collateral tiene un pequeño problema, y el problema empieza por Tom y acaba por Cruise. El ex de Pe y Ni seria a la profundidad emocional lo que el chorizo de cantimpalo a la nouvelle cousin y el conjunto se resiente de ello.
El pobre Michael Mann debía ver atónito como el nuevo embajador de la cienciología casi le hecha por tierra lo que con tanto amor estaba construyendo. Ya me imagino al director comentándole al bueno de Tom la necesidad de un personaje con fuerte carácter y personalidad. Este después de meditarlo un rato y acordarse de cómo colegas suyos habían ganado peso o envejecido para dotar de más dimensión sus personajes, decidió algo inaudito e inimaginable para una estrella de su calaña: Se puso canas. Unas canas más estudiadas que en la campaña preelectoral de Bill Clinton, pero canas al fin y al cabo.
Aún así la película es el ejemplo perfecto de cómo un buen director con una buena historia puede salir victorioso de una ardua lucha contra los elementos. Y hay qué tener en cuenta que estos elementos, aunque vayan mal teñidos y tengan sonrisa de idiota, pueden dar mucho por culo.

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