26.8.08

Wall-E

Aunque lo firme la Disney, esto no es una película para niños. Lo sé porque a mí me gustó, y yo soy un señor con el corazón ennegrecido al que no le gustan los niños ni las películas para niños. Además, plagihomenajea 2001 no sólo en el diseño del ordenador rebelde sino también en el abuso de los opresivos silencios. Durante la mayor parte de la peli no dicen ni pío y el robotillo mono tiene que limitarse a hacer monerías en mímica y a poner carita de pena sin más recursos expresivos que unos ojos que se inclinan.

Y el mensaje es bonito: progre, anticonsumista, ecologista. A simple vista podría parecer hipócrita que este mensaje llegue a través de una corporación estadounidense que no es más que una eficaz y poderosa máquina de hacer dinero y vender moñacos y macmenús... pero oigan, el anticonsumismo mola, ergo el anticonsumismo vende. Yo hacía tiempo que me resistí a los cantos de sirena Disney-Pixar y esta vez ahí estuve, gastándome mis 7 leuracos para pasar horitas rodeado de mocosos que lloriqueaban y comentaban las escenas en voz alta.

Las imágenes y la ambientación son geniales, eso sí. Sobretodo durante la primera hora es difícil cerrar la boca. Uno se queda embobado ante la belleza de una tierra desolada, desértica, cubierta de mierda, y un prota tenaz que va recogiendo y clasificando y amontonando la basura con la dedicación obsesivo-compulsiva de los buenos robots.

Pero luego resulta que el robot ve una película ñoña por la tele y se pone cachondo y se enamora de la primera robotita que pasa y todo se complica. He leído ambiciosas reseñas sobre esta película que afirman que el robot protagonista simboliza la humanidad perdida. Menuda visión del género humano, simbolizarlo por un robot idiota que lo único que hace es trabajar y ver la tele y volverse loco por imitar las cosas que salen en las películas. Porque lo que ve es un músical en cuyo clímax el chico y la chica se agarran las manos y luego lo único que aspira es pues a agarrarse las manos con una robotita sexy, pero si hubiese visto El silencio de los corderos seguramente aspiraría a comérsela viva, y si hubiese visto El último tango en París aspiraría a untarle de mantequilla los conectores traseros y si hubiese visto Salò aspiraría a torturarla y violarla durante horas y comerse una caca.

Mientrastanto los humanos, exiliados en naves crucero, se supone que se han ido idiotizando como los Eloys de La máquina del tiempo, y sin embargo han logrado sobrevivir durante siglos a la deriva y plácidamente... y en apariencia de forma autogestionada y autosuficiente, sin destrozar ningún planeta ni consumir recursos no renovables. Incluso han abandonado el culto al cuerpo. Son hedonistas, pero ni se tocan ni se bañan en la piscina. Hedonismo zen. Ni siquiera gastan en ropa, lo suyo es un neo-consumismo inofensivo en el que cuando cambia la moda, la misma ropa que llevan cambia de color y no se produce gasto alguno en fibras. Y su alimentación se compone de batidos y sopitas que, no se dice pero se supone, provienen de plantas de depuración de sus propias aguas fecales. Y son felices. Todo parece indicar que el progreso ha triunfado sobre la estulticia. Pero llega el robotejo teleadicto a chivarse de que entre la basura terrestre está renaciendo un tímido geranio y la lía y los hace volver a la Tierra, a cargarse cualquier intento de regeneración selvática.

La humanidad volverá a andar y a bailar y a cultivar huertos. Y el robotito y la robotita desafían su destino y se agarran de la mano y, no se dice pero se supone, se dan cuenta de que siguen sintiéndose vacíos. Es un final ñoño a la par que trágico, pero oiga, ya lo decía yo, que no es una peli para niños y está cargada de matices oscuros y segundas lecturas pesadillescas.

Nota: notable.