22.12.04

La história del camello que llora

Habrán oído ustedes que el siglo LXX aC se produjo una Revolución Neolítica y el siglo XVIII dC una Revolución Industrial (con la primera descubrimos la agricultura y nos volvimos sedentarios y con la segunda descubrimos la producción a saco en fábricas y abandonamos el trabajo artesanal... y luego la humanidad fue feliz y comió perdices).
Pero esto es sólo la una visión eurocentrísta del universo que ignora las tribus de frikis que en pleno siglo XXI dC siguen yendo de nómadas por la vida y subsisten casi exclusivamente con lo que producen ellos mismos.

Ser tan autosuficiente implica prescindir de lo más básico como podría ser un bidet o la conexión a internet y yo no se lo desearía ni al peor de mis enemigos (bueno, sí, a una ex mía que era muy pija sí que se lo desearía, pero eso no tiene nada que ver).
Sin embargo, estar cómodamente sentado en una butaca, y poder observar -sin que te entre arena en los zapatos- a una familia de mongoles que se pasa la vida recogiendo ramitas por el Desierto del Gobi y cuidando sus piojosos rebaños, la verdad es que es un gustazo.
Además sale un niño con mucho salero que convence a sus viejos para que instalen una antena parabólica más grande que la tienda de campaña dónde viven, y eso llega al corazón de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad.

Hablamos pues de un reposado y hermoso reportage sin trucos ni voz en off, mucho menos cursi de lo que podría temerse, y que está arrasando en varios festivales de cine (seguramente por la sorpresa que supone que el camello del título no sea un traficante de drogas sinó un animal muy simpático que está todo el rato moviendo los morros como si masticase).
Casi da ganas de abandonarlo todo y unirse a los nómadas aunque sólo sea por los paisajes y la tranquilidad, pero eso de vivir sin bidet...

Nota: un notable